El Fandango de Almonaster la Real
 

La primera vez que aparece el término gramatical “fandango” es a comienzo del siglo XVIII, aunque ya en el siglo XVI se usó para designar un cante popular como “esfandangado” (término claramente lusitano). Coincidente con el tiempo, aparece el término “fandanguillo”, pero con significado diferente, ya que mientras el fandango designó primitivamente un tipo de baile ejecutado por parejas, el fandanguillo se refirió a la modalidad del canto que lo acompañaba.
Todos los estudiosos del fandango coinciden el definirlo, en esencia, como un baile acompañado de canto, de origen árabe y que posteriormente, como aseguraba Manfredi, por extensión se aplicó el nombre al cante que se ejecutaba al compás de 3/4.
Independientemente de su concreto origen, lo que sí está claro es que desde Andalucía, su Patria, se extiende por toda la Península y aún fuera de ella, y que el fandango arábigo-andaluz sufre allá por donde llega un proceso de aclimatación, adquiriendo características y perfiles propios del lugar.
Podemos deducir, pues, que una de las principales características del fandango es su dispersión geográfica, que no sólo se hace patente en la Península, sino de forma fundamental en Andalucía, concretamente aún más en la provincia de Huelva.


Muchas son las clasificaciones que se han hecho del fandango, pero nosotros , por su simplicidad, queremos acogernos a la que los clasifica en cuatro grupos, citados sin ningún afán prioritario:

Fandangos Malagueños, de una categoría flamenca excepcional debido al nivel interpretativo que en su ejecución siempre han alcanzado, entre ellos los que destacamos: la Rondeña, las Jaberas, los Verdiales, las Bandolás, y las propias Malagueñas.

Cantes de Levante, que incluyen las Tarantas, las Mineras, las Cartageneras y las Granaínas.

Fandangos Personales, sin compás fijo. “ad livitum”, de creación personal.

Fandangos de Huelva, los más ricos y variados, al decir de los estudiosos, unidos por un intenso aire familiar, entre los que se encuentran el de Almonaster, que hoy nos ocupa, junto a los de Huelva, Alosno, Valverde, Calañas, Encinasola y un largo etcétera, que confirma, una vez más, la características a la que anteriormente hacíamos mención: su amplia dispersión.

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